Un caso, como el de cualquier otro.
Lucas es joven, canchero, postadolescente*, es decir, puede tener hasta 60 años.
Como a los postadolescentes* no les «pasa nada» y la muerte no existe, se fue a comer con unos amigos.
Luego pasó por la casa de sus padres a saludarlos, porque el presidente no le puede impedir darle un beso a sus padres.
Por WhatsApp le dicen que todo es mentira, aunque cueste creer que todos los gobiernos del mundo se hayan puesto de acuerdo, salvo Trump y Bolsonaro, claro está.
Lucas ya está bien, pero su padre murió de Covid, y por suerte recuerda su último beso, el beso que le pasó el «Nuevo Orden Mundial».
La muerte siempre es terrible. Con el coronavirus aún mas. Por un lado los que matan son los propios hijos u otros familiares.
Cuando los llevan a la clínica, o llaman a la ambulancia, con suerte se comunican por celular un par de veces más. Después de eso se saltean todos los pasos «normales» para comenzar un duelo: no hay acompañamiento, no hay contención, ni reconocimiento del cadáver.
La cochería le entregó en su dimicilio la urna con cenizas, luego de unos días.
Lucas ya no necesita visitar a su padre, ya que sus cenizas las tiene junto a él.
La historia es real. No es para infundir miedo, solo se cuentan historias para aprender, eso sí, solo para aquellos que quieren aprender.
* Postadolescente. Persona que cumplió la edad de la adolescencia, pero sigue comportándose como tal.
fc, filósofo contemporáneo
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